Cruzadas, la guerra no tan santa cristiana
Las Cruzadas fueron una serie de campañas militares impulsadas por el Papa y llevadas a cabo por gran parte de la Europa latina cristiana, principalmente por la Francia de los Capetos y el Sacro Imperio Romano. Las cruzadas, con el objetivo específico inicial de restablecer el control cristiano sobre Tierra Santa, se libraron durante un período de casi doscientos años, entre 1095 y 1291. Más adelante, otras campañas en España y Europa Oriental, de las que algunas no vieron su final hasta el siglo XV, recibieron la misma calificación. Las cruzadas fueron sostenidas principalmente contra los musulmanes, aunque también contra los esclavos paganos, judíos, cristianos ortodoxos griegos y rusos, mongoles, cátaros, husitas, valdense, prusianos y contra enemigos políticos de los papas. Los cruzados tomaban votos y se les concedía indulgencia por los pecados del pasado.
Las Cruzadas, junto a los hechos, hoy considerados crímenes de lesa humanidad, ocurridos en la conquista de América, y las torturas y asesinatos de seres humanos cometidos por el Santo Oficio de la Santa Inquisición, avalados por la Iglesia Católica dan pié para incluirla entre las religiones que han practicado la violencia religiosa.
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Las Cruzadas fueron expediciones emprendidas en cumplimiento de un solemne voto para liberar los lugares santos de la dominación musulmana. Se iniciaron en 1095, cuando el emperador bizantino Alejo I solicitó protección para los cristianos de oriente al papa Urbano II, quien en el concilio de Clermont inició la predicación de la cruzada. Al terminar su alocución con la frase del Evangelio "renuncia a ti mismo, toma tu cruz, y sígueme" (Mateo 16:24), la multitud, entusiasmada, manifestó ruidosamente su aprobación con el grito "Deus lo vult", o Dios lo quiere.
Posiblemente, las motivaciones de quienes participaban en ellas fueron muy diversas, aunque en muchos casos se puede suponer un verdadero fervor religioso. Se arguye, por ejemplo, que fueron motivadas por los intereses expansionistas de la nobleza feudal, el control del comercio con Asia, y el afán hegemónico del papado sobre las monarquías y las iglesias de Oriente, aunque se declararan con principio y objeto de recuperar Tierra Santa para los peregrinos, de los cuales los turcos selyúcidas, una vez conquistada Jerusalén, abusaban sin piedad, a diferencia de los sarracenos, que trataban a los cristianos con más respeto.
Antecedentes
Para poder comprender qué razones tenían los dirigentes de Europa y del Oriente Próximo para tomar semejantes decisiones, debemos remontarnos a los años inmediatamente anteriores al comienzo del fenómeno cruzado y ver qué estaba sucediendo en el mundo de aquel entonces.
En torno al año 1000, Constantinopla se erigía como la ciudad más próspera y poderosa del "mundo conocido" en Occidente. Situada en una posición fácilmente defendible, en medio de las principales rutas comerciales, y con un gobierno centralizado y absoluto en la persona del Emperador, además de un ejército capaz y profesional, hacían de la ciudad y los territorios gobernados por ésta (el Imperio bizantino) una nación sin par en todo el orbe. Gracias a las acciones emprendidas por el Emperador Basilio II Bulgaroktonos, los enemigos más cercanos a sus fronteras habían sido humillados y anulados en su totalidad.
Sin embargo, tras la muerte de Basilio, monarcas menos competentes ocuparon el trono bizantino, al tiempo que en el horizonte surgía una nueva amenaza proveniente de Asia Central. Eran los turcos, tribus nómadas que, en el transcurso de esos años, se habían convertido al islam. Una de esas tribus, los turcos selyúcidas (llamadas así por su mítico líder Selyuq), se lanzó contra el Imperio de Constantinopla. En la batalla de Manzikert, en el año 1071, el grueso del ejército imperial fue arrasado por las tropas turcas, y uno de los co-emperadores fue capturado. A raíz de esta debacle, los bizantinos debieron ceder la mayor parte de Asia Menor (hoy el núcleo de la nación turca) a los selyúcidas. Así, había fuerzas musulmanas apostadas a escasos kilómetros de la misma Constantinopla.
Por otra parte, los turcos también habían avanzado en dirección sur, hacia Siria y Palestina. Una tras otra las ciudades del Mediterráneo Oriental cayeron en sus manos, y en 1070, un año antes de Manzikert, entraron en la Ciudad Santa, Jerusalén.
Estos dos hechos conmocionaron tanto a Europa Occidental como a la Oriental. Ambos empezaron a temer que los turcos fueran a dominar lentamente al mundo cristiano, haciendo desaparecer su religión. Además, empezaron a llegar numerosos rumores acerca de torturas y otros horrores cometidos contra peregrinos en Jerusalén por las autoridades turcas.
Roberto II de Normandía lucha contra los musulmanes durante el Sitio de Antioquía (1097-1098).
Primera Cruzada
Gregorio VII fue uno de los papas que más abiertamente apoyó la cruzada contra el islam en la península ibérica y quien, a la vista de los éxitos conseguidos, concibió utilizarla en Asia Menor para proteger a Bizancio de las invasiones turcomanas.
Su sucesor, Urbano II, fue quien la puso en práctica. El llamamiento formal tuvo lugar en el penúltimo día del Concilio de Clermont (Francia), el martes 27 de noviembre de 1095. En una sesión pública extraordinaria celebrada fuera de la catedral, el papa se dirigió a la multitud de religiosos y laicos congregados para comunicarles una noticia muy especial. Haciendo gala de sus dotes de orador, expuso la necesidad de que los cristianos de Occidente se comprometieran a una guerra santa contra los turcos, que estaban ejerciendo violencia sobre los reinos cristianos de Oriente y maltratando a los peregrinos que iban a Jerusalén. Prometió remisión de los pecados para quienes acudieran, una misión a la altura de las exigencias de Dios y una alternativa esperanzadora para la desgraciada y pecaminosa vida terrenal que llevaban. Deberían estar listos para partir al verano siguiente y contarían con la guía divina. La multitud respondió apasionadamente con gritos de Deus lo vult (¡Dios lo quiere!) y un gran número de los presentes se arrodillaron ante el papa solicitando su bendición para unirse a la sagrada campaña. La Primera Cruzada (1095-1099) había comenzado.
La Cruzada de los Príncipes
Mucho más organizada fue la llamada Cruzada de los Príncipes (denominada habitualmente en la historiografía como la Primera Cruzada) cerca de agosto de 1096, formada por una serie de contingentes armados procedentes principalmente de Francia, Países Bajos y el reino normando de Sicilia. Estos grupos iban dirigidos por segundones de la nobleza, como Godofredo de Bouillón, Raimundo de Tolosa y Bohemundo de Tarento.
Durante su estancia en Constantinopla, estos jefes juraron devolver al Imperio Bizantino aquellos territorios perdidos frente a los turcos. Desde Bizancio se dirigieron hacia Siria atravesando el territorio selyúcida, donde consiguieron una serie de sorprendentes victorias. Ya en Siria, pusieron sitio a Antioquía, que conquistaron tras un asedio de siete meses. Sin embargo, no la devolvieron al Imperio Bizantino, sino que Bohemundo la retuvo para sí creando el Principado de Antioquía.
Con esta conquista finalizó la Primera Cruzada, y muchos cruzados retornaron a sus países. El resto se quedó para consolidar la posesión de los territorios recién conquistados. Junto al Reino de Jerusalén (dirigido inicialmente por Godofredo de Bouillón, que tomó el título de Defensor del Santo Sepulcro) y al principado de Antioquía, se crearon además los condados de Edesa (actual Urfa, en Turquía) y Trípoli (en el actual Líbano).
Tras estos éxitos iniciales se produjo una oleada de nuevos combatientes que formaron la llamada Cruzada de 1101. Sin embargo, esta expedición, dividida en tres grupos, fue derrotada por los turcos cuando intentaron atravesar Anatolia. Este desastre apagó los espíritus cruzados durante algunos años.
Segunda Cruzada
Gracias a la división de los Estados musulmanes, los Estados latinos (o francos, como eran conocidos por los árabes), consiguieron establecerse y perdurar. Los dos primeros reyes de Jerusalén, Balduino I y Balduino II fueron gobernantes capaces de expandir su reino a toda la zona situada entre el Mediterráneo y el Jordán, e incluso más allá. Rápidamente, se adaptaron al cambiante sistema de alianzas locales y llegaron a combatir junto a estados musulmanes en contra de enemigos que, además de musulmanes, contaban entre sus filas con guerreros cristianos.
Sin embargo, a medida que el espíritu de cruzada iba decayendo entre los francos, cada vez más cómodos en su nuevo estilo de vida, entre los musulmanes iba creciendo el espíritu de yihad o guerra santa agitado por los predicadores contra sus impíos gobernantes, capaces de tolerar la presencia cristiana en Jerusalén e incluso de aliarse con sus reyes. Este sentimiento fue explotado por una serie de caudillos que consiguieron unificar los distintos estados musulmanes y lanzarse a la conquista de los reinos cristianos.
El primero de estos fue Zengi, gobernador de Mosul y de Alepo, que en 1144 conquistó Edesa, liquidando el primero de los Estados francos. Como respuesta a esta conquista, que puso de manifiesto la debilidad de los Estados cruzados, el papa Eugenio III, a través de Bernardo, abad de Claraval (famoso predicador, autor de la regla de los templarios) predicó en diciembre de 1145 la Segunda Cruzada.
Crac de los Caballeros. Esta fortaleza, considerada inexpugnable, controlaba el paso desde el interior de Siria a la costa de Líbano y estuvo bajo el mando de los Caballeros Hospitalarios hasta 1271.
Tercera Cruzada
Las intromisiones del Reino de Jerusalén en el decadente califato fatimí de Egipto llevaron al sultán Nur al-Din a mandar a su lugarteniente Saladino a hacerse cargo de la situación. No hizo falta mucho tiempo para que Saladino se convirtiera en el amo de Egipto, aunque hasta la muerte de Nur al-Din en 1174 respetó la soberanía de éste. Pero tras su muerte, Saladino se proclamó sultán de Egipto (a pesar de que había un heredero al trono de Nur al-Din, su hijo de sólo 12 años que murió envenenado) y de Siria, dando comienzo la dinastía ayyubí. Saladino era un hombre sabio que logró la unión de las facciones musulmanas, así como el control político y militar desde Egipto hasta Siria.
Como Nur al-Din, Saladino era un musulmán devoto y decidido a expulsar a los cruzados de Tierra Santa. Balduino IV de Jerusalén quedó rodeado por un solo Estado y se vio obligado a firmar frágiles treguas tratando de retrasar el inevitable final.
Tras la muerte del rey Balduino IV de Jerusalén, el Estado se dividió en distintas facciones, pacifistas o belicosas, y pasó a convertirse en rey, debido al enlace matrimonial que mantenía con la hermana del fallecido patriarca, el general en jefe del ejército unido de Jerusalén: Guido de Lusignan. Él mismo apoyaba una política agresiva y de no negociación con los sarracenos y abogaba por su sometimiento y derrota en combate, cosa a la que sus detractores se oponían habida cuenta de la inferioridad numérica que los cristianos tenían ante las tropas de Saladino. La radicalidad religiosa y el apoyo al brazo más radical de la orden de los Templarios en sus ataques a diversas localidades y estructuras sarracenas desembocarían en un enfrentamiento final entre Guy de Lusignan y el propio Saladino. De hecho, se hace culpable a Guy de Lusignan de la derrota y pérdida de Jerusalén por su obsesión en enfrentarse al ejército de Saladino y su falta de visión para la protección de la ciudad y de sus habitantes.
Los cruzados entran en Constantinopla, por Delacroix.
Cuarta Cruzada
Tras la tregua firmada en la Tercera Cruzada y la muerte de Saladino en 1193, se sucedieron algunos años de relativa paz, en los que los Estados francos del litoral se convirtieron en poco más que colonias comerciales italianas. En 1199, el papa Inocencio III decidió convocar una nueva cruzada para aliviar la situación de los Estados cruzados. Esta Cuarta Cruzada no debería incluir reyes e ir dirigida contra Egipto, considerado el punto más débil de los estados musulmanes.
Al no ser ya posible la ruta terrestre, los cruzados debían tomar la ruta marítima, por lo que se concentraron en Venecia. El dux Enrico Dandolo se coaligó con el jefe de la expedición Bonifacio de Montferrato y con un usurpador bizantino, Alejo IV Ángelo para cambiar el destino de la cruzada y dirigirla contra Constantinopla, al estar los tres interesados en la deposición del basileus del momento, Alejo III Ángelo.
Los cruzados establecieron el llamado Imperio latino, organizado feudalmente y con una autoridad muy débil sobre la mayoría de los territorios que supuestamente controlaba (y nula sobre los Estados griegos de Nicea, Trebisonda y Epiro).
La Cuarta Cruzada asestó un doble golpe a los Estados francos de Palestina. Por un lado, les privó de refuerzos militares. Por otro, al crear un polo de atracción en Constantinopla para los caballeros latinos, produjo la emigración de muchos que estaban en Tierra Santa hacia el Imperio Latino, abandonando los Estados francos.
Caballeros de la quinta cruzada llegan al fuerte de Damieta.
Quinta Cruzada
La Quinta Cruzada fue proclamada por Inocencio III en 1213 y partió en 1218 bajo los auspicios de Honorio III, uniéndose al rey cruzado Andrés II de Hungría, quien llevó hacia oriente el ejército más grande en toda la Historia de las Cruzadas. Como la Cuarta Cruzada, tenía como objetivo conquistar Egipto. Tras el éxito inicial de la conquista de Damieta en la desembocadura del Nilo, que aseguraba la supervivencia de los Estados francos, a los cruzados les pudo la ambición e intentaron atacar El Cairo, fracasando y debiendo abandonar incluso lo que habían conquistado, en 1221.
Sexta Cruzada
La organización de la VI Cruzada fue un tanto audaz. El papa había ordenado al emperador Federico II Hohenstaufen que fuera a las cruzadas como penitencia. El emperador había asentido, pero había ido demorando la partida, lo que le valió la excomunión. Finalmente, Federico II (que tenía pretensiones propias sobre el trono de Jerusalén) partió en 1228 sin el permiso papal. Sorprendentemente, el emperador consiguió recuperar Jerusalén mediante un acuerdo diplomático. Se autoproclamó rey de Jerusalén en 1229 y también obtuvo Belén y Nazaret.
Séptima Cruzada
En 1244 volvió a caer Jerusalén, lo que movió al devoto rey Luis IX de Francia (san Luis) a organizar una nueva cruzada, la Séptima. Como en la V, se dirigió contra Damieta, pero fue derrotado y hecho prisionero en El Mansurá (Egipto) con todo su ejército.
Octava y Novena Cruzada
25 años después; Luis IX de Francia una vez más organizó otra cruzada, la octava (1269), el plan era desembarcar en Túnez y moverse en tierra hasta Egipto; esto fue propuesto por Carlos de Anjou rey de Nápoles, con la intención de reunir las tropas en la próspera región comercial de Túnez dónde se obtendría fondos para la invasión. Desembarcaron desconociendo que había una epidemia de disentería en la región, Luis fue infectado y murió a los pocos días. (1270).
La Novena Cruzada a veces es considerada como parte de la Octava. El príncipe Eduardo de Inglaterra, después Eduardo I, se unió a la Cruzada de Luis IX de Francia contra Túnez, pero llegó al campamento francés tras la muerte del rey. Tras pasar el invierno en Sicilia, decidió continuar con la Cruzada y comandó sus seguidores, entre 1000 y 2000, hasta Acre, adonde llegó 9 de mayo de 1271. También le acompañaban un pequeño destacamento de Bretones y otro de flamencos, liderados por el Obispo de Lieja, que abandonaría la campaña en invierno ante la noticia de su elección como nuevo papa, Gregorio X. Eduardo y su ejército se limitaron a ser una guerrilla que luego de un año acabó con la firma de una tregua el 22 de mayo de 1272 en Cesarea. No obstante, era conocida por todos la intención de Eduardo de volver en el futuro al frente de una Cruzada mayor y más organizada, por lo cual enviaron un agente Hashshashin que apuñaló al príncipe con una daga envenada el 16 de junio de 1272. La herida no fue mortal pero Eduardo estuvo enfermo varios meses, hasta que su salud le permitió partir de vuelta a Inglaterra el 22 de septiembre de 1272.
Las cruzadas vistas por los árabes
Las cruzadas vistas por los Árabes, en francés en el original Les croisades vues par les Arabes, es el título de una obra del escritor libanés Amin Maalouf publicada en 1983.
El libro es un ensayo histórico sobre las Cruzadas, y cuyo punto de vista es el de las fuentes árabes.
Maalouf contrasta con el punto de vista cristiano para dejar claro algún hecho, como el canibalismo de los cruzados en Maarat. En el epílogo, en donde esboza las razones de por qué el mundo musulmán, a pesar de ser el vencedor en las Cruzadas, pierde, sin embargo, a partir de entonces la dinámica histórica en favor del occidente cristiano. Las razones que aporta el autor son las siguientes:
1. Los árabes padecían por la comida ya que no tenían para abastecer a todos sus guerreros, desde antes de las Cruzadas, determinadas taras que la presencia franca quizá agravó, pero que no creó de la nada. El pueblo del Profeta había perdido, desde el siglo IX, el control de su destino: la mayor parte de los gobernantes no eran árabes; tampoco los guerreros lo eran ya.
2. La incapacidad de crear instituciones estables: toda monarquía estaba amenazada con la muerte del monarca, y toda transmisión de poder provocaba la guerra civil. Además, no existía límite alguno para el poder arbitrario del príncipe.
3. Durante todas las Cruzadas, los árabes se negaron a abrirse a las ideas de los occidentales, mientras que los occidentales siempre se han beneficiado de los adelantos de la civilización musulmana: transmisión de la herencia griega, conocimientos científicos, industria, agricultura.
4. Con las Cruzadas, el mundo musulmán se encerró en sí mismo, asediado por doquier. Se volvió friolero, defensivo, intolerante y estéril. A partir de entonces el progreso, el modernismo, será algo ajeno, y en los estados musulmanes se han dado fases de occidentalización forzada y fases de integrismo a ultranza fuertemente xenófobo.
La reflexión final del autor es que, "más allá del hecho individual, está claro que el Oriente árabe sigue viendo en Occidente al enemigo natural. Cualquier acto hostil contra él, sea político, militar o relacionado con el petróleo, no es más que una legítima revancha; y no cabe duda que la quiebra entre estos dos mundos viene de la época de las Cruzadas, que aún hoy los árabes consideran una violación".
El papa Inocencio III condena a los cátaros
Violencia religiosa
Violencia religiosa es un concepto que cubre todos los fenómenos en los cuales la religión, en cualquiera de sus formas es sujeto u objeto de comportamiento violento e incluye violencia motivada por preceptos religiosos, textos o doctrinas, lo que incluye violencia motivada por los aspectos religiosos del objetivo de la violencia. La violencia religiosa tiende a poner el énfasis sobre el aspecto simbólico del acto y su actor puede ser individual o colectivo. Maurice Bloch destaca como la religión y la política son dos caras de la misma moneda.
Algunos críticos como Christopher Hitchens o Richard Dawkins van más allá y argumentan que la religión provoca un tremendo daño a la sociedad en tres aspectos:
1.Las religiones utilizan la guerra, la violencia y el terrorismo para promover sus objetivos religiosos
2. Los líderes religiosos contribuyen apoyando indirectamente la violencia irreligiosa al respaldar la idea de uso de la violencia.
3. El fervor religioso es explotado por líderes irreligiosos para apoyar la guerra y el terrorismo.
Byron Bland afirma que una de las razones más prominentes sobre el "crecimiento del laicismo en el pensamiento occidental" fue la reacción contra la violencia religiosa en los siglos XVI y XVII: "El laicismo era un modo de vida con las diferencias religiosas que habían producido tanto horror. Bajo el laicismo, las entidades políticas tienen la garantía de tomar decisiones independientemente de la necesidad de reforzar las versiones particulares de la ortodoxia religiosa. De hecho puede ser contraria a ciertas creencias fuertemente arraigadas si se hace en interés del bienestar común. Así, uno de los objetivos más importantes del laicismo es el límite a la violencia"
Críticos con la religión como Jack Nelson-Pallmeyer argumentan que todas las religiones monoteístas son inherentemente violentas y escribe "Judaísmo, Cristianismo e Islam continuarán contribuyendo a la destrucción del mundo mientras no cambien el discurso de la violencia en los 'textos sagrados' y hasta que no afirmen fehacientemente el poder no violento de Dios".
Paralelamente, Eric Hickey escribe "la historia de la violencia religiosa en Occidente es tan larga como los registros históricos de sus tres mayores religiones: judaísmo, cristianismo e islam con sus antagonismos mutuos y luchas para adaptarse y sobrevivir a las fuerzas seculares que amenazaban su continua existencia".
Regina Schwartz argumenta que las religiones monoteístas, incluyendo el cristianismo, son inherentemente violentas debido al exclusivismo que inevitablemente genera violencia contra aquellas personas consideradas "outsiders" o infieles.
Lawrence Wechsler afirma que Schwartz no está solamente argumentando que las religiones abrahámicas tienen un legado violento, sino que el legado es de hecho genocida por naturaleza.
Bruce Feiler escribe: "judíos y cristianos que, con aire de suficiencia se consuelan pensando que el Islam es la única religión violenta están ignorando intencionadamente su pasado. En ninguna parte el forcejeo entre fe y violencia se describe más cruda y vívidamente que en la Biblia hebrea".
Quemando y torturando "brujas"
Violencia en el cristianismo
La relación entre cristianismo y violencia es objeto de controversia porque en teoría el cristianismo aboga por la paz, el amor y la compasión mientras se comporta y se ve como una religión violenta. La paz, la compasión y el perdón de los errores de los demás son elementos clave de las enseñanzas cristianas. En cualquier caso, los cristianos han luchado desde los días de los padres de la iglesia con la cuestión de cuando está justificado el uso de la fuerza. Estos debates han llevado a conceptos como la Guerra justa.
A través de la historia, se han utilizado ciertas enseñanzas del Viejo Testamento, Nuevo Testamento y la Teología cristiana para justificar el uso de la fuerza contra herejes, pecadores y enemigos externos. Heitman y Hagan identifican la inquisición, las cruzadas, las guerras de religión y el antisemitismo como "entres los ejemplos más notorios de violencia cristiana". A esta lista, J. Denny añade "papas guerreros, apoyo a la pena capital, castigo físico bajo la premisa "la letra con sangre entra", justificación bíblica de la esclavitud, colonialismo en nombre de la conversión al cristianismo y violencia sobre la mujer". Weaver emplea una definición más amplia de la violencia, que extiende el significado de la palabra a "daño o dolor", no solamente violencia física per se. Así, bajo esta definición, la violencia cristiana incluye "formas de violencia sistémica como pobreza, racismo y sexismo".
En Carta a una nación cristiana, Sam Harris escribe "... la fe inspira violencia en, al menos, dos formas: la primera, en gente que asesina a otras personas porque piensa que el creador del universo quiere que lo haga; la segunda porque un gran número de personas entran en conflicto con otras porque definen la moral de su comunidad sobre la base de su afiliación religiosa..."
Violencia en el Judaísmo
Burggraeve y Vervenne describen al Viejo Testamento como un texto lleno de violencia y evidencia de tanto una sociedad como un dios violento. Escriben "en numerosos textos del viejo testamento el poder y la gloria del dios de Israel se describe con el lenguaje de la violencia". Aseguran que más de mil pasajes hacen referencia a Yahveh actuando violentamente o apoyando la violencia de los humanos y más de cien hablan de los deseos divinos de matar seres humanos.
La Biblia hebrea contiene pasajes de guerras ordenadas por la religión que ofrecen instrucciones explícitas de dios a los israelitas para exterminar a las demás tribus como en Deuteronomio:16-18. Otros ejemplos incluyen la historia de los Amalekitas (Deut|25:17-19) (Sam|15:1-6), la de los madianitas, (Numbers|31:1-18), y la batalla de jericó (Joshua|6:1-27).
Un gran número de autoridades en la materia han denominado genocidio a estas guerras de exterminio ya que la Torah establece que los israelitas aniquilaban grupos étnicos y tribus enteras: asesinaron a todos los amalekitas incluyendo hombres, mujeres y niños (1 Samuel 15:1-20 ); mataron igualmente a todos los enemigos por igual en la batalla de Jericó (Joshua 6:15-21), y a todos los miembros de muchas de las tribus caanitas ( Joshua 10:28-42). En cualquier caso, algunos estudiosos creen que estas afirmaciones de la Torah son exageradas o metafóricas.
Violencia en el Islam
El Islam ha sido asociado con la violencia en una gran variedad de contextos, entre ellos la guerra santa o Jihad contra los que se considera enemigos del Islam, la violencia contra la mujer (talibán), las referencias a la violencia en el Corán y actos de terrorismo motivado o justificado por el Islam. Los musulmanes, incluyendo clérigos y líderes han utilizado y en muchos casos tergiversado ideas, textos, temas y conceptos islámicos para justificar violencia, tanto contra no musulmanes como entre ramas de la misma religión.
El término Jihad (revuelta, guerra) se utiliza en el contexto religioso para hacer referencia a tres tipos de violencia: una interna para mantener la fe, la lucha para mejorar la sociedad musulmana y la guerra santa.
Eleanor Roosevelt con la Declaración Universal de los Derechos Humanos en español
Tolerancia Religiosa
La tolerancia religiosa significa respetar y aceptar la existencia de otras formas de vida, creencias e ideas, así como la no creencia en ninguna religión.
Para que se dé la tolerancia religiosa es necesario que los individuos y las instituciones reconozcan la pluralidad y diversidad del mundo en que vivimos, así como la existencia de conceptos que para otros son importantes aunque pertenezcan a una minoría.
Los dogmas de un culto en particular se deben interpretar como para uso dentro de la comunidad que los profesa y sin involucrar a terceros en el mundo exterior que no deseen participar de ellos.
Fuera del entorno religioso debe privar lo que se establece en la Declaración Universal de los Derechos Humanos; artículo 18: "Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, de conciencia y de religión; este derecho incluye la libertad de cambiar de religión o de creencia, así como la libertad de manifestar su religión o su creencia, individual y colectivamente, tanto en público como en privado, por la enseñanza, la práctica, el culto y la observancia".
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¡Gracias! por visitarnos, Vladimir y María Mercedes Gessen @DivanGessen @UnDiosUniversal
Fuentes:
https://es.wikipedia.org/wiki/Cruzadas
https://es.wikipedia.org/wiki/Las_cruzadas_vistas_por_los_%C3%A1rabes
https://es.wikipedia.org/wiki/Violencia_sectaria
https://es.wikipedia.org/wiki/Las_cruzadas_vistas_por_los_%C3%A1rabes
https://es.wikipedia.org/wiki/Tolerancia_religiosa
https://www.youtube.com
Fotos:
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https://commons.wikimedia.org/wiki/File:Vitrail_Cath%C3%A9drale_de_Mouli...